Temas:
31 de Octubre,
C. René Padilla,
Comunidades de base,
Eclesiología,
Reforma Protestante,
Sacerdocio del creyente
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|
Martín Lutero |
Para
muchos de los estudiosos de la Reforma Protestante del siglo XVI, los
énfasis centrales de este movimiento fueron cinco: Cristo solo (solus Christus), la Escritura sola (sola Scriptura), la gracia sola (sola gratia), la fe sola (sola fide) y la gloria de Dios sola (soli Deo Gloria).
Sin embargo, hay buena base para afirmar que, además de estos énfasis
fundamentales, los reformadores también dieron un lugar prominente a una
doctrina que (por razones que daremos más adelante) podría ser
considerada la Cenicienta tanto de la Reforma clásica como del
movimiento evangélico en el momento actual. Nos referimos a la doctrina
del sacerdocio de todos los creyentes, también denominado sacerdocio
universal o común.
Cuando
Martín Lutero lanzó su reto de reforma de la Iglesia Católica Romana,
no lo hizo animado por un espíritu de innovación o rebeldía, sino movido
por convicciones enraizadas en la Palabra de Dios. En la doctrina de la
justificación por la fe halló la base para una solidaridad inalterable
de los cristianos entre sí que hacía imposible la división tradicional
entre “eclesiásticos” (los clérigos) y “seculares” (los laicos).
Parafraseando Gálatas 3:28 escribe: “No hay sacerdote ni laico, cura ni
vicario, rico ni pobre, benedictino, cartujano, fraile menor y agustino,
porque no es cuestión de este o aquel estado, grado u orden.” En sus
memorables tratados de 1520 el famoso reformador elabora este concepto
con una orientación predominantemente cristológica. Alega que Cristo es nuestro
hermano mayor y todos los cristianos participan de la gloria y la
dignidad que corresponden a esa relación como reyes y sacerdotes con
Cristo. Todo cristiano es sacerdote por el solo hecho de ser cristiano.
Escribe:
Un zapatero, un herrero y un labrador tienen cada uno la función y la obra
de su oficio. No obstante, todos son igualmente sacerdotes y obispos
ordenados, y cada uno con su función u obra útil y servicial al otro, de
modo que de varias obras todas están dirigidas hacia una comunidad para
favorecer al cuerpo y al alma, lo mismo que los miembros del cuerpo
todos sirven el uno al otro.
Se
sigue que cada cristiano tiene un “servicio sacrificial” que no es la
misa (ya que la misa no involucra el ofrecimiento de un sacrificio) sino
un oficio por medio del cual expresa su alabanza y obediencia a Dios. Tiene, además, un ministerio de intercesión y el “poder de notar y juzgar lo que es correcto o incorrecto en la fe”. Lutero
no niega el papel que desempeña el ministerio de administración y
enseñanza dentro de la Iglesia. Sin embargo, mantiene que la única
autoridad que tienen los pastores y maestros es la que se deriva de la
Palabra de Dios y que, consecuentemente, todo cristiano tiene la
facultad de juzgar según las Escrituras y desechar cualquier enseñanza
que contradiga lo que enseñan las Escrituras. Argumenta:
Si Dios habló contra un profeta por medio de un asno, ¿por qué no puede
hablar contra el Papa por medio de un hombre bueno? San Pablo reprende a
San Pedro por estar equivocado. Por ello le corresponde a todo
cristiano preocuparse por la fe, entenderla y defenderla, y condenar
todos los errores.
La misma doctrina del sacerdocio de todos los creyentes halla lugar en la monumental Institución de la religión cristiana de
Juan Calvino y en otras obras de los reformadores. La Reforma no fue
sólo un redescubrimiento de que “el justo por la fe vivirá”, que resume
un aspecto central de la enseñanza evangélica sobre la salvación, con la
cual se relacionan los cinco énfasis de la Reforma mencionados
anteriormente. Fue también un retorno inicial a una eclesiología
enraizada en la obra de Jesucristo, quien por amor “ha hecho de nosotros
un reino de sacerdotes al servicio de Dios su Padre” (Ap 1:6).
Desde
esta perspectiva, no se hace justicia a los reformadores cuando se
juzga que su motivación fue poner “por encima de la Iglesia y su
tradición la propia interpretación personal y subjetiva de las
Escrituras”, como afirma Hans Küng. La intención que animó a los
reformadores fue más bien la de colocar a la Iglesia bajo el juicio de
la Palabra de Dios; llamarla de la esclavitud a tradiciones humanas a la
libertad del Evangelio.
Cabe añadir, sin embargo, que la Reforma clásica se quedó corta en lo que atañe a las consecuencias prácticas del sacerdocio de todos los creyentes para la vida y misión de la Iglesia. Como
ha señalado John Yoder, “la mayor parte de la conversación protestante
sobre el sacerdocio de todos los creyentes no desarrolló estructuras
para implementar la visión apostólica de que cada miembro de la iglesia
tiene un don ministerial propio”. En términos concretos, en las iglesias
protestantes en general prevaleció la dicotomía entre clérigos que ejercen sus dones ministeriales y laicos
que ni reconocen sus propios dones ministeriales ni se preocupan por
descubrirlos y ejercerlos para el bien común en conformidad con la
enseñanza bíblica (ver especialmente 1Cor 12:1-31 y Ro
12:3-8). Es la expresión eclesiástica de la dicotomía entre lo sagrado y
lo secular que conduce a una lamentable distorsión del cristianismo
especialmente en lo que atañe a la ética.
En el contexto latinoamericano el movimiento de las comunidades eclesiales de base
fue un valioso intento de recuperar una eclesiología enraizada en el
Nuevo Testamento, una eclesiología que superara la dicotomía entre
clérigos y laicos y recuperara la dimensión esencialmente comunitaria de
la Iglesia. Leonardo Boff interpretó
ese viraje como una eclesiogénesis, un nuevo nacimiento de la Iglesia.
Sin vueltas ni rodeos afirmó que “las comunidades de base reinventan la
Iglesia”. La reinventan, según el distinguido teólogo, no como “la
expansión del sistema eclesiástico vigente, asentado sobre el eje
sacramental y clerical” sino como “una forma distinta de ser Iglesia,
basada sobre el eje de la Palabra y del seglar”; o sea, sobre el mismo
eje que los reformadores propusieron como base para el sacerdocio de
todos los creyentes. No sorprende, por lo tanto, que varias de las
característica de la Iglesia según la “nueva eclesiología” que describe
Boff coincidan en términos generales con las de la Iglesia que anhelaban
los reformadores:
- la Iglesia-Pueblo de Dios;
- la Iglesia en que los laicos son “verdaderos creadores de realidad eclesial, de testimonio comunitario, de organización y de responsabilidad misionera;
- la
Iglesia como “koinonia de poder”, “contraria al principio de
monopolización del poder en manos de un cuerpo de especialistas por
encima y fuera de la comunidad”;
- la
Iglesia en que “toda la comunidad es ministerial, no sólo algunos de
sus miembros; se supera de esta forma la rigidez del trabajo religioso:
jerarquía/dirección, laicado/ejecución”;
- la
Iglesia de diáspora que se hace presente en la sociedad civil,
“diseminada dentro del tejido social”, generando “una mística de ayuda
mutua”;
- la
Iglesia liberadora, “la puerta de entrada (desde el punto de vista del
pueblo) a la política como compromiso y práctica en busca del bien común
y de la justicia social”;
- la
Iglesia que “prolonga la gran tradición”, la de Jesús, los apóstoles y
las primeras comunidades cristianas, la que tiene como eje articulador
“la Palabra de Dios oída y releída en el contexto de sus problemas, la ejecución de tareas comunitarias, la mutua ayuda y las celebraciones”;
- la
Iglesia que “construye la unidad a partir de la misión liberadora”, no a
partir de un gobierno jerárquico, un “poder centralizador … hasta el
punto de expropiar al pueblo cristiano de todas las formas de
participación decisoria”;
- la
Iglesia con una nueva comprensión de su universalidad, una
universalidad que toma en serio las causas universales, como es “la
liberación económica, social y política que abre la perspectiva hacia una liberación en plenitud en el Reino de Dios”;
- la Iglesia “toda ella apostólica”, ya que “todo enviado (y cada bautizado recibe la tarea
de anunciar y testimoniar la novedad de Dios en Jesucristo) es un
apóstol y prolonga el envío de los primeros doce apóstoles”.
Lamentablemente,
el propio Vaticano se encargó de obstaculizar y finalmente impedir el
crecimiento de un movimiento que tenía el potencial de insertar nueva
vida en la Iglesia Católica Romana.
Cabe
añadir, sin embargo, que igualmente lamentable es el actual crecimiento
del clericalismo en círculos evangélicos en América Latina y otras
regiones del mundo, con el surgimiento de pastores y apóstoles que
monopolizan el poder y desconocen el liderazgo de servicio. ¡Cuánta
falta hace una nueva Reforma que haga posible una eclesiogénesis
evangélica que tenga como eje la Palabra de Dios y el laicado, y
reconozca en términos prácticos la importancia del sacerdocio de todos
los creyentes para la vida y misión de la Iglesia!
Este artículo fue publicado originalmente en Kairos.org.ar
Sobre el autor:
C.
René Padilla es ecuatoriano, doctorado (PhD) en Nuevo Testamento por la
Universidad de Manchester, fue Secretario General para América Latina
de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos y,
posteriormente, de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). Ha
dado conferencias y enseñado en seminarios y universidades en diferentes
países de América Latina y alrededor del mundo. Actualmente es
Presidente Honorario de la Fundación Kairós, en Buenos Aires, y coordinador de Ediciones Kairós.
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